sábado, agosto 12, 2006

Mi Culto a la Sagrada Familia Corleone


Siempre he sido una devota de El Padrino. No solo por su perfecta fotografía (según mi humilde opinión de espectadora), Brando, Pacino y Caan están muy bien y los montajes de muertes operáticas tienen lo suyo, a pesar de esto, nunca sentí que la vida de la Familia Corleone tuviera la mas mínima conexión con el mundo real ni que su drama tuviera más espesos que los dilemas de Luke Skywalker.
¿Era esa la idea cuando el Director Coppola y el guionista Puzo se sentaron a adaptar el libro de 1971? Tal vez no sea casual que – después de una década de psicodelia futurista y sexo libre- apareciera un filme que narraba un pasado sanguinario, cierto, pero con elegancia pudorosa e incluso algo de nostalgia por esos gángsters de corbata que degollaban ladrones, pero que no toleraban garabatos en la mesa.
Creo que esa nostalgia por esos supuestos “valores” mafiosos es la que hoy nos pudre a algunos. En su retorcida noción de lealtad, en su falso apego a los lazos familiares y, sobre todo, en su olímpico desprecio por las mujeres como seres autónomos e independientes de los deseos del cabeza de familia, la saga- sobre todo los dos primeros filmes- resultaría intragable si no fuera porque en ella reconocemos tantos ecos de películas posteriores.
No nos engañemos: el encanto de la serie radica en la pompa seudocatólica , reaccionaria y pétrea con que está filmada, así como en el hipócrita embellecimiento que hace de su violencia. “Cuando trabajas matando gente, empiezas a usar eufemismos” escribió Hannah Arendt en su texto sobre el juicio al nazi Eichmann. La saga de Coppola no está a la altura de semejantes horrores, pero comparte cierta lógica; un cierto culto a la etiqueta útil para esconder el hecho de que quienes la obedecen son carniceros capaces de matar a un hermano para conservar el poder. Tiene sentido ver la saga, más aún que nos aproximamos al mes de septiembre, mes en el cual ¿celebramos? El estilizado recuerdo de masacres y muertes varias. Entonces izamos la bandera. Cantamos el himno, perpetuamos las mentiras.

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