domingo, noviembre 12, 2006

Un Vertigo Suave y Pasajero

Todo el mundo conversaba con el típico entusiasmo de las cuatro y tanto de la mañana, compré un vodka y me dejé caer en un sollón; un chico muy despeinado, con polera negra y ojos de colegial se inclinó y dijo:
- Me gustan los lunares de tu brazo.
- Eso nunca me lo dijo nadie- mentí para que se acercara más.
Se sentó frente a mí en una butaca y hablamos a medio centrímetro de distancia hasta que el boliche estuvo vacio, sin música y las amables luces ténues fueron reemplazadas por focos potentes y blancos. Nos enlazamos en la esquina y caminamos con ansia hacia la estética kith de otro boliche cercano. Todo fue perfecto. Por eso cuando llegué a casa rompí el papelito con su número telefónico.
Fugaz, que no continúe que se evapore, que tus amigos no tengan la posibilidad de opinar. No encontarte sentada tomando té con su madre, que no haya choque de mundos ni pactos antidolor y luego hermandad.
El romance fugaz es el néctar más preciado, la joya intangible guardada en el anaquel de los recuerdos, la instantánea y estimulante inyección de los desconocidos exitando todo el pasado y el presente, por un rato. Un vértigo cuave y pasajero. Tener la certeza de haber encontrado el amante ideal, para siempre, por un rato.
Conquistar. Condones en los bolsillos listos para la acción. Flotar en la delicia de estreno; oir la propia voz y percibirla como un estreno, desabotonar, desprender, abrir cierres en búsqueda de un sabor nuevo y descorrer el velo sensual que envuelve el deseo mientras el mundo sigue con sus etiquetas puestas. Incorporar el perfume de otro. Avanzar a pesar de la poca coordinación en los movimientos, hamacarse en el frenesí púrpura y que todo se desvanezca como un sueño. Y después añoranza y después olvido.

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