martes, octubre 03, 2006

Sin Divorcio No Hay Amor


Con esta teoría seguramente no convenceré a nadie, pero qué más da, a estas alturas ya quizás ni siquiera valga la pena intentarlo.
Recuerdo haber leído alguna vez, en los evangelios apócrifos, la historia de cómo Ana y Joaquín, los padres de María, escogieron a José, de entre los muchachos postulantes, para que desposara a su niña virgen. La manera en que lo hicieron fue más o menos así: a cada uno de los pretendientes le entregaron una rama de mirto, para que aquel en cuyas manos esta rama floreciera, se casara con María. El asunto es que "la patilla" brotó en las manos terrosas de José, descendiente de David, y así quedó acordado que ellos dos formarían una familia.
Cuento aparte es la historia de la anunciación y el resto de su contubernio divino, con el que comienza el evangelio de San Lucas.
Recuerdo esta escena para entender mejor por qué la Iglesia y el mundo conservador se resisten con tanta fuerza a una ley de divorcio. Y efectivamente, me ayuda a comprender. Para el mundo de aquellos apegados ala tradición, el matrimonio nunca tuvo que ver con el amor.
Después del caso mítico de José, a quien María apenas conocía, los reyes y las reinas, los burgueses y los nobles, siempre se casaron por conveniencia y superviviencia. El la edad Media y hasta mucho más tarde, los casorios no eran sino alianzas entre familias, alianzas insolubles que pasaban por encima de losa mores corteses y que nada tenían que ver con los afectos, los cariños o las pasiones.el primero en confundir las cosas, fue el romántico Enrique VIII, pero todavía debió pasar demasiado tiempo antes de que la institución matrimonio se vinculara definitivamente con el amor. Para la Iglesia, por cierto, ambas cosas siguen siendo completamente distintas, porque la unión de los cónyuges no es vista como un simpole compromiso entre dos personas que se quieren, sino más bien como un pacto que las supera y que tiene a Dios por testigo. A Dios, a la ley y a la sociedad.
¿Pero qué sucede con aquellos que se casan por amor, pasandopor encima de cualquiera de estas divinidades, una vez que el amor desaparece? Quizás el gran error de ellos, y no estaría de mñas que la iglesia y las instituciones se lo hicieran saber, esté en haberse casado por un motivo equivocado. Para la ley Chilena, que parece seguir a la sombra de las sotanas, el matrimonio nada tiene que ver con el amor. De lo contrario, ¿cómo se explica que al desaparecer, los mismos que aoptaron por estar juntos no puedan libremente distanciarse para vomver a buscarlo en otra parte? Y que no jodan con el cuento de los hijos, porque hasta ellos mismo saben que ése es otro cuento. Que nadie se extrañe, entonces, de que mientras los cerebros embalsamados sigan defendiendo su falso y árido concepto de lo estable, los nuevos amantes verdaderos opten por vivir al margen de la institucionalidad.

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