En la búsqueda del yo perfectamente regulado está implícito que otros se encargarán de pensar". Stuart Ewen.Hace poco más de 40 años, una agitación formidable sacudía certezas que hasta entonces parecían inamovibles. Las mujeres protagonizábamos esa agitación y la promovíamos. Aun aquellas que observaban tamaño desorden desde los márgenes y cautelosas, terminarían por ser beneficiadas.
Los años 60, se sabe, dieron para mucho. Y nosotras no permanecimos ajenas al fervor. Por encima de mandatos, presiones y deberes, siempre hubo mujeres que se impusieron, buscando su propia voz, abriendo puertas para las otras, cuestionando el reparto establecido.
Cuando empezó a surgir la idea de La Mujer Ligth, miré el camino que anduvimos desde entonces (y que muchas pioneras ya habían recorrido fuera de las sendas programadas) y me pareció que el eslogan de la TV pecaba de optimista.
Si se cuenta en centimetraje la cantidad de espacio que ocupamos en los medios, se diría que hoy somos protagonistas. Sin embargo, me inclino a pensar que estamos ante un formidable fenómeno de notoriedad - la mujer ligth y sus defensores la confunden con protagonismo social - que proyectamos imágenes que atrasan más de 30 años.
La mujer ligth es ese espectáculo al que asistimos y que ejerce, como modelo aceptado y celebrado por la sociedad, una tremenda presión sobre todas nosotras.
Ha trabajado su identidad como un espacio terso, musculoso, liberado de tensiones, de corrientes contrapuestas, de curiosidad, de búsqueda, de experimentación médica, un espacio a-genérico. Es alguien a quien ya no le cabe preguntar, porque ha encontrado todas las respuestas en el renovado acatamiento a la autoridad médica - ofrece su cuerpo como laboratorio a cambio de retener la juventud- y en adiestramientos novedosos o espirituales.
La mujer ligth acepta (y promueve) un rol, una silueta, una foto, un deber. Es una imagen de aerógrafo que no tiene historia y condensa un deseo unívoco: detenerse, permanecer, cristalizarse. Se ha vuelto evanescente etérea, sin pliegues, sin fisuras. Acunada por el neoconservadurismo, vuelve a representar, tras una apariencia funcional que denota las virtudes de la tecnología, una papel tradicional.
Redescrubre la femineidad como si fuese un valor olvidado, cuando en realidad ha sido, y afortunadamente, sólo (¡tan solo!) cuestionado.
La mujer ligth tal vez no lo sepa pero le debe a las chicas inadaptadas de los años 60 - de quienes reniega cuando dice "soy femenina, no feminista" o "nunca tuve escollos por ser mujer" - muchas de las conquistas que hoy gozan.
Pero, muy a pesar , no transgrede, no cambia nada (ni hace cambiar). Su pasión excluyente es ella misma.
Ni una mirada solidaria al entorno. ¿Qué otro asunto podría convocar a la mujer ligth como no sea una oferta que la deslice en el camino hacia la perfección o una promesa de vida de calidad total?
La trampa nos involucra a todas, nos perturba, nos desvía: fuera de la belleza, de la perfección, de la autorregulación, ¿qué nos queda?.
Todos conocemos a una mujer ligth. Está en casa, vive en nosotros, en la pantalla de televisión, nos domina, nos tiene fascinados. Los hombres las señalan como la perfección; las mujeres viven para parecérseles.
De ella se habla - y ella habla- en todas partes. De ella, de su cuerpo, de su cara, de sus conquistas espirituales, de sus claves para lograrlo todo, tenerlo todo, exhibirlo todo.
Aquí también quiero hablar de ellas, pero lejos del endiosamiento de las tapas de las revistas y de las pasarelas, se quiere indagar, escuchar, estudiarla, y tirar la piedra sobre la superficie del espejo, que es lo que hay detrás del mostrador de las ofertas mágicas para ser bella, armónica y siempre joven y ver como algunos de esos sueños fabricados pueden convertirse en pesadilla.