sábado, junio 13, 2009

¿Cuál es el lugar de política hoy?

La política deja hoy demasiados espacios vacíos, en deuda, aspectos por mejorar y rumbos por enmendar, pero entonces cabe preguntarse qué imagina cada uno de nosotros por una buena política, y junto a ellos, qué estamos dispuestos a hacer para llevar a cabo tal anhelo.

El lugar de la política hoy, es entonces, el de un circo conocido por todos, pero también relegado a una posición deslegitimada, ante la cual abunda el escepticismo y la desesperanza, pero por sobre todo el conformismo. El punto es que esto último puede resultar más dañino que el mal mismo de la política. Esto por al menos tres razones:

En prime lugar. El conformismo ante la política podría conducir a la apatía, y con ello a la pérdida exacerbada del interés por hacer política, No tomar conciencia de nuestro aporte a la política, y desdeñar el aporte de ésta a nuestra sociedad nos inhibe la potencialidad de ser agentes de cambio, capaces de fiscalizar malas acciones y proponer otras mejores.

En segundo lugar, el conformismo lleva a hacer del sistema político un espacio poco atractivo, incurriéndose entonces en el riesgo de no constituirlo como un lugar privilegiado, deseable, donde estén los mejores, donde se quiera ser útil y servir al país.

En tercer lugar, el conformismo puede llevarnos a la generalización, a sentir que todo lo político es malo, es corrupto o es inmodificable, y con ello, a no distinguir ni realzar las buenas acciones de políticos y los progresos que experimente la política nacional. En este sentido, el conformismo podría hacernos perder agudeza, cayendo en un soslayo que invalida la institucionalidad política completa, ensalzando aún más los valores actuales del individualismo y la desintegración social.

La propuesta entonces es que superemos el descrédito y el conformismo, otorgándole a la política un lugar central. Si lo anterior no pasa no podremos instar a la política a que ponga en el centro de sus preocupaciones a la pobreza, la desigualdad y la injusticia. Si no aprendemos a separar los vicios de “lo político”(la politiquería) de “la política” estamos condenados a emitir juicios generalizados y sumamente prejuiciosos, y con ellos a echar por tierra cualquier progreso que se haya podido dar al respecto en las últimas décadas.

En este año de elecciones, de esperable efervescencia, e incluso de constatación cotidiana de lo dañada, viciada y contaminada que puede estar a veces la acción política, la inquietud de sentirse útiles para el país debería aflorar más que nunca, haciendo de lo adverso un elemento doblemente motivador para revitalizar convicciones y compromisos.