domingo, febrero 26, 2006

Ojos Perdidos

¿Qué miedo? No tengo esa visión ahora. Quizás cuando iba a la escuela, en la sombra del almendral que venia del otro lado de la muralla. Allí me sentaba triste, sin embargo en paz, detenida en el bullicio que se incorporaba en mis oídos a través de las ventanas sordas donde habitaban las gentes desoladas.

Me retraía quieta con los pájaros danzantes en los rayos del sol. Posados en los rincones de sus ventanas. Me iba con ellos inventándome lugares, sacudiendo el polvo, naciéndome ojos con otras visiones. Iba matándome en cadencias recónditas, melodías suaves hechas de plumas violentas y blancas que venían de las casas, porque yo sabia que aquel bullicio de las gentes desoladas venia de los rincones retraídos de sus ventanas lánguidas que se elevaban.

El calor de la vereda enverdecía a mi sombra, donde cuando podía me sentaba a descansar; y aquel verdor por donde se regocijaba mi cuerpo enverdecía, aún más al pisar otros zapatos la sombra del almendral. Al otro lado de la muralla ya no estaba la escuela o al revés, al otro lado de la muralla empezaba la escuela. Sea como fuere afuera también me encontraba dándole vida al árbol.

En la sombra de los almendros; allí me sentaba. Como hoy al visitar a aquellos amigos queridos que ya no están, en la sombrilla del cementerio. Era la visión, ahora lo se, de una muerte inexistente. De ojos que no miran lo que no sienten.

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